Playa. Sol casi apagado. Calma. Arena blanca aunque rugosa. Ruido de mar. Niños que juegan en la orilla. Personas que caminan mojando sus pies en el agua cristalina. Sí, agua cristalina.
Entre tal situación envidiable para muchos, de pronto él me viene a la mente. Entonces recuerdo nuestros momentos en la playa, nuestras risas, nuestras tardes como la de hoy, pero juntos.
Recuerdos que aunque quisiera borrar me sería imposible hacerlo. Y ahora me siento aquí frente al ordenador, y mientras pulso cada tecla se me va poniendo poco a poco la carne de gallina. Y me late más rápido el corazón.
Termina el verano, para mí el mejor verano de todos los vividos antes. Y es tiempo de deprimirse, de recibir con los brazos abiertos a nuestro querido síndrome postvacacional. Sin embargo yo aprovecho, disfruto los últimos días en mi paraíso particular y me rodeo de mis recuerdos cristalinos que en días dejaran de ser espejismos para tornarse reales. Volveremos a estar juntos y empezaremos con fuerza la rutina que inundará nuestro invierno.
Olga San Andrés.