Hoy
en tren está vacío. Entro, como lo hago cada mañana, y elijo un asiento. No me
supone mucha dificultad porque todos están vacíos. Me equivocaba, en los
últimos dos minutos antes de que arrancara el tren han subido varias personas.
Pero ellos han hecho lo que se suele hacer. Se han sentado mirando hacia el
sentido del tren, y yo no. Podría haberlo hecho pero hoy no es el día. Todos
debemos mirar hacia lo que va a venir, hacia nuestro futuro. Pero ahora mismo
yo no lo voy a hacer. Voy a congelar el tiempo por un rato. Me apetece que ese
futuro sea esa enorme interrogación de la que muchos se olvidan cada día.
Porque el futuro es eso, una interrogación que baila con la incertidumbre y el
azar.
Hoy
me he sentado de espaldas al sentido del tren porque no quiero ver cómo lo que
veo pasa rápido y queda atrás sin más. Quiero ver lo que se va quedando atrás
mientras el tren sigue, mientras la vida sigue.
Tal
día como hoy pero en otros meses y años diferentes yo no estaba en un tren. De
hecho a lo mejor sí, pero no estaba sola pensando en el pasado. Soñaba con
cosas bonitas, planeaba una vida de cuento de hadas, me creaba la imagen
perfecta de vida perfecta. Pero el problema de soñar es que te despiertas. Las
cosas buenas son cosas buenas porque van de la mano con las malas. En la vida
no es todo de color rosa.
Y
eso voy pensando ahora, en las cosas buenas y en las cosas malas. Son como los
dos extremos de una balanza muy difícil de equilibrar en muchos casos. Pero las
cosas pueden cambiar en cualquier momento, sin explicación, simplemente porque
ocurre así y sólo puedes asumirlo, o intentar asumirlo. Por eso lo que mejor
podemos hacer es pensar en lo que verdaderamente vale la pena, ese extremo de la
balanza que sujeta lo bueno que tenemos.
Y
aquí estoy, pensando en él. El que para mí es el mayor apoyo y que siempre lo
será. Porque podemos pasar malas épocas, que llegue una racha de viento y se
lleve consigo cosas buenas de nuestras balanzas, pero siempre estaremos juntos.
Siempre tú y yo.
Yo
no sé si existe un chico perfecto, el chico de las películas de los domingos
por la tarde en el sofá, la persona que se sienta afortunada por conocerme de
verdad, o de querer compartir minutos de su vida conmigo. Pero sé que hay uno
más cerca de mí de lo que creía que pase lo que pase siempre es y será el chico
de mi vida: mi hermano.
Imagino
su cara al leer esto porque puede que no se lo haya dicho nunca. Que yo muchas
veces parezco de piedra por fuera, que no soy muy cariñosa de primeras en casa,
o que nuestras peleas han sido muchas y intensas en muchos momentos. Pero ahora
mira esta foto.
¿Cómo
no iba a ser tan mandona de pequeña? ¿Cómo no iba a sentir cierta envidia desde
que naciste? Si desde que nacimos estábamos predestinados a estar juntos y tú
siempre has tenido algo mágico para que la vida se vea de otra manera. Nacimos
para aguantarnos el uno al otro, así como para entendernos y siempre apoyarnos.
Creo
que era el momento de decirle que aunque las cosas se pongan feas siempre nos
tendremos el uno al otro, y eso es lo más importante. Y que no hay nadie que te
conozca tanto como yo, ni nadie que me conozca tanto como tú. NADIE. Ya lo
sabía, pero hoy lo he recordado muy bien: mi hermano es lo más importante
y que le quiero más que nada.
Sin
darme cuenta he llegado a mi estación. Tengo que bajarme ya del tren, pero sé
que la próxima vez que me suba miraré hacia adelante, siguiendo el sentido del
tren. Porque ya sé lo que es importante. Ahora toca seguir viviendo.
Olga S.A